Título.
Cuando Leo tenía dos años le encantaba salir a jugar al patio, un día encontró en la puerta de su casa una catarina roja como el atardecer con una mancha grande y negra como la nada, la puso en su palma de la mano y la trajo todo el día de arriba abajo y de abajo arriba.
La cuidaba como nunca había cuidado un juguete ni un muñeco, era su primer amor por ponerle una etiqueta, le asignó un lugar especial en la pecera vacía que tenía en su habitación, no por encerrarla si no por darle cuatro muros que la protegieran del frió y del calor, tal como sus padres habían hecho con él.
Cuando "Papá" llegó a la casa después de un arduo día de trabajo, Leo bajo corriendo con la catarina en sus manos gritando "Papá, ¿verdad que me la puedo quedar?¿Verdad que sí? Su papá sabiendo que un insecto tarde o temprano tiene que perderse, huir o morir, dijo que si, aunque realmente no le importaba mucho, pero si le preguntó "¿y como se llama Leo?" Y Leo le contestó "aún no me dice, cuando sepa te digo" Papá se aguantó a contestarle que las catarinas no hablaban pero no dijo nada. Asombrosamente una semana después la catarina seguía llena de vida, y le dijo Leo a su Papá "me dijo que su nombre era muy difícil de pronunciar, pero que le dijera Nico" su Papá no soportó creer que su hijo lo había escuchado del insecto y le dijo "que bonito nombre le pusiste" a lo que Leo le respondió que el no le había puesto el nombre, el insecto se lo había dicho. El papá lo sentó en sus piernas y acariciándole el cabello le dijo: "Hijo, los animales no hablan y un insecto (cuando vio los ojos brillantes de Leo, corrigió) Nico, menos va a hablar, ese nombre se lo inventaste tu, y si no invéntale uno, que te guste a ti, que al fin y al cabo viene siendo lo mismo". Leo asintió y se fue a dormir.
Al día siguiente Nico, estaba muerto.
Elemmìrë
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